Revisiones IV: el cuerpo en la fotografía contemporánea mexicana, 2006-2013
Colectiva
23 de Julio de 2014 - 20 de Agosto de 2014

COMUNICADO DE PRENSA
Muchas  cosas  han  pasado y eso  aquí  lo  hemos visto en estasRevisiones, a  la  fotografía contemporánea mexicana, que tanto se ha empeñado por realizar Patricia Conde Galería. Hace un año,  entre  mayo y julio de 2013, realizamos una recuperación de lo sucedido entre finales de los años ochentas y principios del  siglo XXI respecto a las representaciones  del  cuerpo.  Hoy continuamos con los primeros tiempos del siglo XXI, con  autores   que  persisten en decir  mucho a partir  de  éste. De su propio cuerpo o el de otros. 

El cuerpo, lo sabemos, es recepción de memoria, que quiere decir de historia. Nuestras cicatrices cutáneas, siempre aparentes, y las laceraciones que no se ven, son parte de esa memoria. Nuestro cuerpo es historia. Que ahí está, profundamente, a veces recordándonos, evitando el olvido, el pasado que nos se va de nosotros. Se forja como tal a partir de que nos reconocemos a nosotros mismos, solitarios –o acompañados-, en el baño o en el espejo. También en una imagen fotográfica. Es una parte de nuestro testimonio que vamos dejando por ahí. Y que algunos (as) ven y otros no. O que algunos (as) no quieren ver. El cuerpo: sólo con él estamos siempre, hecho curioso y obligado. Irrenunciable circunstancia. Acaso a éste nunca lo traicionamos.  O sólo en algunas ocasiones. Y vaya que sin posibilidad de engaño con él. Y, a veces, por momentos, le ponemos atención. No hay salida de éste. Acaso por ello la fotografía ha sido el mejor documento para exhibirlo, mostrarnos a nosotros mismos. Nuestras desnudeces en múltiples sentidos se vuelven exhibibles, además de memoria.  

Los creadores reunidos aquí dicen mucho de ello. Dígalo si no Pía Elizondo y Patricia Lagarde. Dos creadoras que se han compenetrado en un ambiente íntimo. Sólo el de ellas. El libro de ambas, Diario 2003-2005, es un testimonio de dolor y de salvación. Y mientras Patricia documenta la transición del cáncer de seno de Pía entre las dos construyen  una hermosa comunión. Un documento de soledad, ciertamente, de caída pero a su vez de recuperación. Es el caso igualmente de Bela Limenes, en ella es innegable lo que ya señalábamos: el cuerpo como soporte de una larga historia. De laceraciones y de fragilidades y, sin embargo, de fortaleza. En esa línea se encuentra Ángela Arziniaga. Esta creadora permanentemente ha recurrido a su cuerpo como receptáculo de sensaciones y preocupaciones. Su lenguaje visual se erige en ella misma. En El Génesis y las nuevas ideas (2012) elabora un ritual de despojamiento. Ella, eternamente, en diálogo con su cuerpo. Que quiere decir con ella misma y sus obsesiones. Todas ellas, nuestras creadoras, valientes en sus enfrentamientos consigo mismas.
El ritual en solitario permanece en la mayoría de los autores (as). Esto no puede dejarse de lado, casi como un principio que ofrece la fotografía. Sea éste de trazos eróticos –la fugacidad corporal de Paty Banda, lo tenue y volátil de sus acabados-, o en la transitoriedad en íntima desolación de la serie Frágil (2009) de Saraí Ojeda. O bien Cannon Bernáldez quien en su serie Miedos (2006) hace un acto de expulsión de los temores. Otro acto valiente, también el de ella, como el de tantos creadores(as) aquí reunidos que no temen enfrentarse a su circunstancia. O desde los espacios bucólicos, esos que busca y recrea Arturo Fuentes.  Un veterano creador surgido de las filas del fotoperiodismo quien ha sabido reconstruir su mirada y su sentir desde otros ámbitos: lo sereno y lo apacible. 
En esencia varios creadores aquí inciden en las mismas preocupaciones, y esencialmente se muestran desde sus pesadillas convertidos en sueños reconfigurados (digamos, Kenia Nárez, una joven que transforma las narrativas de los cuentos clásicos para darles un nuevo matiz, acaso con tintes siniestros pero sorpresivos), o bien con su amores (Daniela Matute). Esta última creadora, en Oda a mi madre, reconstruye un documento de amor filial. Asistimos a un espacio de calidez. Armónico y tan íntimo que el espectador pareciera volverse un intruso.  Esto define a los creadores de hoy: el cómo su vida –y sus cuerpos- pueden traducirse en imágenes. Y ellos no sólo son eso -sus cuerpos- sino también la efigie que han edificado para sí mismos. Icono modificable según los vaivenes del espíritu.

Hay también mucho de clasicismo. Sin duda le corresponde a Rafael Galván regresarse a un pasado  que es siempre tan actual. Alejado de los esquemas tradicionales del erotismo en el cuerpo (por ahí se encuentra también Jorge Camarillo) –ese que se ve a la vuelta de la esquina-, Galván convoca a todas las referencias reconocibles: Charles Nègre; a Robert Demachy, a Vallou de Villeneuve, a Belloc y a tantos otros que han formado nuestro imaginario sobre el cuerpo que viene desde el siglo XIX. ¿Y qué hay con Humberto Ríos, ese joven creador que parece convocar a las imágenes prefotográficas? Ríos realiza una obra en donde se perfilan las siluetas –oscuridad junto a oscuridad-. Eso viene desde lejanos tiempos, cuando las siluetas (silhouettes) –, a falta de otro medio en donde se imprimiera lo corporal- se popularizaran en la década de los años treinta del siglo XIX. ¿Pero que hay tanto en Galván como en Ríos? ¿Un regreso al pasado? No necesariamente, aquí lo entenderíamos más como una reactualización, como una aceptación del pasado en el presente. La exhibición de una herencia visual siempre vital para su obligada revisión desde los tiempos presentes. Al respecto, Jain Kelly escribía: “Cuando uno mira una obra de arte, uno recrea. La obra exige la misma creatividad del espectador que la propia obra le ofrece”. Tenía razón.
Pero he ahí también a Rodrigo Maawad en una versión profundamente lúdica, con la transformación de los cuerpos. Egresado del cómic y de los fantástico, Rodrigo recrea un universo alucinante de objetos y figuras corporales. Un mundo sin referentes, más que en los sueños más delirantes. Imágenes choque de una transformación de los cuerpos. El cuerpo aquí ya es otro: aprisionado y cambiado. Como si una plaga nos hubiera alcanzado. El cuerpo, es evidente, sigue siendo soporte de nuestros placeres y nuestros miedos.
Y he aquí que continuamos, entonces, con nuestras microhistorias. La del cuerpo, en los últimos años de nuestra producción fotográfica, es una de ellas. Tema ineludible, y cambiable, desde los viejos tiempos hasta hoy. Como un ejercicio de revisión o de síntomas. Eso lo dejan ver los artistas hoy convocados.

José Antonio Rodríguez
Curador
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